LA PARRA DE ANTONIA LA RUBIA

Tuve la suerte de haber conocido a Antonia desde que era un niño y de ser amigo íntimo de su malogrado hijo Chan.

Eramos un grupo inseparable más o menos de la misma edad, y tanto en la escuela como en la calle para jugar, siempre estábamos juntos muy especialmente, Juan Gil, Pepe Luis Pérez, Bernardo de Saro, Chan y yo, aunque en ocasiones, naturalmente acudían otros, la pandilla la componíamos los que he citado y este fue uno de los motivos por los que conocí a Antonia desde niño.

También porque frecuentaba mucho la tienda de mi padre como todas las mujeres de Facinas ya que en aquella tienda se vendía de todo: desde una pelliza, hasta una aguja, panilla de aceite, telas de todas clases, gafas y un purgante de aceite ricino, colonia, etc. etc., además de ser entonces el único establecimiento donde se vendían juguetes para los Reyes.

Era necesario, pues, un gran almacén que daba por la parte de atrás a la reguera por donde corría el agua junto al huerto de las Candelas. Allí nací <hoy preciosa calle Reguera>. Además la envergadura también se justifica porque mi padre tenía colocados a dos dependientes a los que queríamos mucho: Guillermo Álvarez Mora y Pepe Estévez Salado quien me enseñó chistes que aún cuento a mis nietos.

Cuando saltó la guerra fratricida se llevaron a ambos, y comenzó la decadencia.

Bueno, perdone el lector porque se me ha ido la mano con los recuerdos, y el motivo de este escrito no es otro que el de homenajear a Antonia Jiménez Herrera, la Rubia, como se le decía cariñosamente porque en verdad tenía un lindo pelo rubio que llamaba la atención pero lo que más destacaba era su fuerte personalidad, su simpatía y todos los valores que le adornaban como de buena esposa y madre sacrificada al máximo para criar y educar a sus hijos, y por si fuera poco, atender a un hermano que no era muy normal, en tiempos más que difíciles, en compañía y consonancia con su marido José Rosano, cuyo carácter era distinto, es decir, muy serio aunque cabal, formal y muy trabajador destacando como uno de los mejores maestros de albañil de aquel tiempo.

Y volviendo a la persona (personaje) por la que me he puesto a teclear el ordenador, yo la recuerdo cuando en la tienda le regateaba a mi padre para conseguir alguna rebajilla en la compra, con tal gracia que lo conseguía, y esto era alto difícil porque en la tienda había un letrero que decía “precio fijo” y mi padre la remitía como a todas a que lo leyera y ella contestaba. –es que yo veo esas letras mu borrosas- y hacía reir a mi padre. Igualmente le regateaba a los vendedores de pescados y al que traía frutas y verduras de Vejer. Recuerdo cuando pregonaba sandias: “-de Vejé y laz calo- y le contestaba: “-a ti zi que te tengo calao yo.”

También en la Mesta alegraba a todas las lavanderas con sus ocurrencias ingeniosas porque era una persona que llevaba música en su interior y cumplía a la perfección el viejo refrán: “al mal tiempo buena cara”.

A su lado nadie estaba triste.

Parece que la estoy viendo cuando por las tardes de verano se echaba sobre el pretil del patio descansando de la larga jornada de trabajo para ver a las muchachas y muchachos pasear por la carretera y para disfrutar de los inigualables crepúsculos de la Sierra de Plata, porque vivían en Vista Alegre un sito privilegiado de Facinas en una casa con patio, humilde como casi todos, pero tan blanco que molestaba la vista con el sol. Tenía, como era costumbre, plantas en tiestos, que por inservibles su función dejaron, que mostraban orgullosos las mejores rosas, claveles, geranios y otras muchas flores que en nada envidiaban a las bien mimadas en ricos palacios.

Y por último LA PARRA:

La parra cuya foto se inserta en este modesto trabajo la sembré en el patio de mi nueva casa de Facinas por un milagro porque llegué justo en el momento en que las máquinas limpiaban el solar donde la promotora de Cayetano ha construido un bloque de viviendas y en dicho solar está incluida la que fuera casa donde Antonia y José criaron a sus hijos. Me acordé de la parra porque en casi todos los años que aquella finca estuvo abandonada seguía dando frutos y en los meses de Septiembre a duras penas porque tenía que sortear los zarzales y mucha maleza, entraba a coge algún gajo y a recordar aquellos tiempos felices de mi niñez y juventud, y a la linda parra que daba sombra al patio con infinidad de racimos dorados colgando.

Cuando observé que había desaparecido la parra sentí nostalgia con mucho disgusto, y sin dudarlo, me fui a ver al encargado de la obra <un hombre de Vejer muy agradable> le pregunté por la parra contándole parte de la historia y me dijo que estaba debajo de los escombros pero que iba a tratar de sacarme un esqueje, y al día siguiente se presentó en mi casa con dos trocitos que había podido sacar, ambos machacados. Los sembré en sendas macetas, me los traje a Cádiz para cuidarlos y tuve la suerte de salvarlos. Al año siguiente, ya crecidos, los planté en el rincón del patio y hoy, como se observa en la fotografía mas abajo, se han convertido en una linda parra que sobresale de la pared, y por el patio le cuelgan abundantes racimos.

Y termino con una plegaria porque Antonia goza ya de la Facinas celestial en unión de todos sus seres queridos, familiares y amigos facinenses, seguro que haciendo reir a los ángeles con su alegría y gracia natural.

Que interceda por nosotros.

Juan A. Notario Rondón